Isaac Belmar

La venganza será mía

04 02 / 2020

Cómo no ser estúpido

Hace poco escuchaba una entrevista a Adam Robinson, un tipo peculiar, inversor, maestro de ajedrez y educador, entre muchas otras cosas.

En ella hablaba de cómo no ser estúpido, una cuestión que comienza por definir la estupidez a fin de reconocerla.

Creo que dicha estupidez adopta muchas formas y que casi nunca tiene que ver con inteligencia, conocimiento o cultura. De hecho, la forma de estupidez de la que hablaba Robinson me parece la más interesante:

Pasar por alto o descartar información conspicuamente crucial cuando se toma una decisión o se actúa.

¿Cómo es posible que gente muy inteligente tome decisiones claramente erróneas que todos los demás ven claras? ¿Cómo es posible que músicos de prestigio se dejen olvidados por ahí instrumentos que valen millones de dólares? ¿Cómo es posible que los mejores fallen a veces como novatos?

Robinson detalla 7 factores que inducen a la estupidez, los cuales dan la clave para responder a la cuestión más importante: cómo evitarla en la medida de lo posible, aunque sea imposible eliminarla completamente.

Estos 7 factores son:

  1. Encontrarte fuera de tu círculo de competencia.
  2. El estrés.
  3. La prisa y urgencia.
  4. La fijación con un resultado.
  5. La sobrecarga de información.
  6. Estar en un grupo donde la cohesión social juega un papel importante.
  7. Estar en presencia de una autoridad o experto (incluyendo el hecho de ser uno mismo un experto).

La cuestión es que la presencia de uno de esos factores ya aumenta enormemente las probabilidades de comportarnos como unos estúpidos, y la realidad es que varios suelen estar presentes a la vez.

En estos últimos días, me ha dado por pensar sobre ellos.

Estar fuera de tu círculo de competencia

Este factor es claro. No importa tu conocimiento si estás en un entorno desconocido o con algo que no es lo tuyo, probablemente harás alguna estupidez. Que seas una eminencia en física no es aplicable si estás ante un problema médico.

El estrés

Poco que matizar de nuevo, las habilidades cognitivas están comprometidas en situaciones de estrés. Las decisiones que se hacen en esos momentos pueden ser bastante estúpidas, no importa nuestra pericia o experiencia.

La prisa y la urgencia

En el fondo y para mí, una variante de lo anterior. De nuevo la capacidad de toma de decisiones sensatas se ve comprometida por la prisa y la urgencia.

La fijación con un resultado

Hace mucho tiempo, alguien me explicó este concepto con un cuchillo en la mano y una trampa para monos.

Imagino que es un mito, pero la trampa para monos es una caja en la que pones una banana, se tapa y sólo queda un agujero en el lateral. El mono pasa, detecta la banana, mete la mano por el agujero, la toca y la agarra. Tira de ella, pero la banana no puede salir, ya que no cabe por el agujero y hace tope. Obcecado con conseguir su banana, el mono se ciega y tira y tira sin éxito, no queriendo soltar el plátano (resultado) y cegándose a todo lo demás. De esa manera, puedes llegar y atrapar al mono tranquilamente por detrás.

Muchas veces nos obsesionamos con un resultado igual que el mono y no somos capaces de abrir la perspectiva a opciones diferentes, quedándonos atrapados y sufriendo las consecuencias.

La sobrecarga de información

Un problema más habitual ahora que nunca, donde el exceso de información puede producir una paŕalisis por análisis o puede hacer difícil discriminar qué información es importante y cuál es sólo ruido.

La respuesta es que casi todo es ruido y que una de las maneras de retrasar una decisión y ser estúpidos es ir acumulando más y más información, hasta que nos saturamos.

Estar en un grupo donde la cohesión social juega un papel importante

Los grupos suelen ser enemigos de las buenas decisiones y la sabiduría de las multitudes es todo lo contrario en la mayoría de situaciones.

Ciertos grupos, sobre todo, tienden a hacernos irremediablemente estúpidos. Son aquellos donde la cohesión social es más importante que el objetivo para el que se creó. El problema es que, por la dinámica de grupos habitual, esto acaba sucediendo demasiado. Inmersos en ellos, tenemos miedo de soliviantar al resto y ponerlos en nuestra contra, perder su respeto y que a lo mejor nos echen o nos ninguneen.

No es raro que muchas de las peores decisiones se realicen en el seno de un grupo. Suelen apagar el espíritu crítico y el inevitable funcionamiento del status altera la capacidad de tomar una elección correcta o que esta llegue a buen puerto. Si esa decisión va en contra de los que dominan el grupo o sus opiniones, estos ofrecerán resistencia y es fácil que se apague la disidencia, se cambie la opinión y las mejores decisiones queden enterradas. Una de las muchas formas más increíbles y habituales en las que somos estúpidos dentro de un grupo se puso de manifiesto durante los experimentos de Asch.

Estar en presencia de una autoridad o experto (incluyendo el hecho de ser uno mismo un experto)

Cuando estamos en presencia de una autoridad, nuestro espíritu crítico se apaga. Hacemos lo que dice casi sin rechistar, porque al fin y al cabo es la autoridad y sabe lo que hace, ¿no?

Pues en muchos casos sí (si realmente es una verdadera autoridad, cosa que no nos solemos plantear) y en otros no, de modo que podemos acabar cometiendo decisiones estúpidas.

Stanley Milgram demostró el poder de este factor en los años 70. En su libro Los peligros de la obediencia, podemos leer:

Diseñé un sencillo experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo pedían para un experimento científico. La férrea autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos (participantes) de lastimar a otros y, con los gritos de las víctimas sonando en los oídos de los sujetos (participantes), la autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio.

Que nosotros mismos seamos una autoridad es la otra cara de la moneda del primer factor. Al fin y al cabo, podemos vernos cegados por la creencia de que dominamos algo y se nos pase por alto algún detalle crucial. lo que hará que nos comportemos como idiotas.

Pero la cuestión es, ¿cómo no ser estúpido?

Lo ideal es evitar estos 7 factores en lo posible a la hora de actuar o tomar una decisión, pero claro, esta es la vida real. Como mucho, se trataría de evitar los que podamos cuando podamos y mitigar el resto en la mayoría de casos.

Para eso, lo primero es conocerlos, a fin de poder reconocerlos cuando estén presentes.

Lo primero ya lo hemos hecho, ahora sabemos quién es el enemigo. Lo segundo es más complejo, pero una vez sabes cuáles son, resulta más fácil verlos en una situación.

El antídoto de la estupidez

Una vez reconocemos que están, el antídoto de la estupidez, en mi opinión, no es la inteligencia, sino la humildad.

Hay que entender que, en presencia de uno o más de estos factores, seremos propensos a obviar y desestimar información importante que, en otras situaciones, percibiríamos de una manera clara.

Esa humildad debería llevar, en la medida de lo posible, a plantearnos sinceramente si nos están afectando. En ese caso, mejor retrasar la toma de decisión si esta es muy importante y estamos rodeados de estos 7 factores. No tomar decisiones cruciales con prisa o en estados emocionales alterados es el ABC del tema. Si no podemos diferir la decisión, siempre es una opción realizar ese acto revolucionario y de decencia que es decir: «No lo sé», cuando de verdad no se sabe.

Esto es algo impensable en un contexto como el de hoy, donde todo el mundo tiene una opinión sobre absolutamente todo y te la grita aunque no entienda nada. Pero hay que decirlo más: «No lo sé».

Y si, a pesar de todo, hemos de tomar una decisión y pensamos que podríamos estar a punto de hacer una estupidez, al menos hacerla con cuidado, no apostando el todo o nada si no es inevitable, de manera que podamos limitar, paliar o revertir el daño.

Todo esto porque creo que, en un mundo donde campa a sus anchas, la primera manera de luchar contra la estupidez sería no militar en sus filas.

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